El Gran Capitán: lecciones de liderazgo en tiempos de incertidumbre

El Gran Capitán, recorriendo el campo de la batalla de Ceriñola | Museo del Prado

En una época convulsa, cuando Europa se debatía entre los últimos ecos de la Edad Media y el amanecer del Renacimiento, España dio a luz a una figura que aún hoy encarna la esencia del mando justo, inteligente y humano: Gonzalo Fernández de Córdoba, el legendario Gran Capitán.

A diferencia de otros jefes militares de su tiempo, el cordobés no basó su autoridad en el miedo ni en la imposición, sino en la admiración. Sus soldados no le seguían por obligación, sino por convicción. En los campos de batalla de Italia, donde se forjó la modernidad militar, Fernández de Córdoba supo ver antes que nadie que dirigir hombres era mucho más que dar órdenes: era inspirar, escuchar y comprender.

El Gran Capitán no solo venció —que ya sería mérito suficiente—, sino que cambió la forma de hacer la guerra. Reorganizó sus tropas en coronelías, precursoras de los Tercios, y mezcló infantería, artillería y caballería con una coordinación nunca vista. Pero su verdadero genio no residió en la técnica, sino en el alma. Creía que cada soldado debía entender el propósito de la misión, sentirse parte de algo más grande que su propia vida. En eso consistía su liderazgo: en convertir la obediencia en compromiso.

Su célebre serenidad ante el peligro, su respeto hacia el enemigo y su talento para la diplomacia lo convirtieron en un modelo de jefe completo. Decía que “mandar es servir”, y actuaba en consecuencia: compartía el pan y el cansancio con sus hombres, escuchaba a los veteranos y asumía los errores propios sin culpar a otros.

Liderazgo verdadero

En un mundo donde la palabra “liderazgo” se usa con ligereza, el ejemplo del Gran Capitán recuerda que liderar no es imponer, sino inspirar; no es brillar, sino hacer brillar a los demás. Su figura, lejos de los anacronismos, sigue siendo un espejo para todo aquel que deba guiar —ya sea un ejército, una empresa o un país— con justicia, sabiduría y corazón.

Más de quinientos años después, su legado no pertenece solo a la historia militar, sino al arte universal de dirigir con honor y humanidad.

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