Cervantes contra Avellaneda: el primer plagio literario de la historia

El Quijote de Avellaneda
El Quijote de Avellaneda

En el año 1614, apareció en Tarragona un libro titulado el “Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha”, firmado por un desconocido que decía llamarse Alonso Fernández de Avellaneda, natural de Tordesillas.
Se trataba de una continuación del Don Quijote publicada sin el consentimiento de Miguel de Cervantes, que había dado a conocer la primera parte de su obra nueve años antes, en 1605.

El suceso constituyó uno de los episodios más singulares de la historia literaria europea. Por primera vez, un escritor veía su obra continuada por otro autor bajo un falso nombre, con intención de suplantarlo.

El enigma de Avellaneda

Nada se sabe con certeza sobre la identidad del supuesto Avellaneda. Su nombre no vuelve a aparecer en la documentación de la época, y el tono del prólogo —abiertamente hostil hacia Cervantes— sugiere una enemistad personal o literaria.
Allí, el autor apócrifo se refiere a Cervantes como “viejo y manco”, y lo acusa de envidiar a Lope de Vega, el dramaturgo más admirado del momento.

Entre las hipótesis propuestas a lo largo de los siglos figuran Jerónimo de Pasamonte, soldado aragonés que pudo inspirar el personaje de Ginés de Pasamonte; Lope de Vega, o algún admirador suyo; e incluso Juan Blanco de Paz, clérigo dominico enfrentado con Cervantes.
Ninguna de estas atribuciones ha podido demostrarse.

Un Quijote desvirtuado

El Quijote de Avellaneda intenta continuar las aventuras del caballero y su escudero, pero los personajes aparecen profundamente transformados.
Don Quijote es más violento y grotesco, y Sancho Panza pierde su gracia y su humanidad.
El tono paródico se sustituye por una moralización pesada y una visión burlesca del mundo caballeresco que carece del equilibrio y la sutileza del original cervantino.

A pesar de su escaso mérito literario, la obra circuló con cierta notoriedad y fue leída por muchos contemporáneos como si fuera la esperada continuación del Quijote.

Cuando Cervantes tuvo noticia de esta publicación, reaccionó con inteligencia y rapidez. En 1615 dio a la imprenta la auténtica Segunda Parte del Quijote, en la que introduce una de las respuestas más ingeniosas de la historia de la literatura.
Sus personajes, ya conscientes de su fama, mencionan el libro de Avellaneda y lo califican de falso.
El propio Don Quijote, para diferenciarse de su imitador, decide no viajar a Zaragoza —como hacía el protagonista apócrifo— y se dirige a Barcelona, ciudad que Cervantes convierte en escenario del desenlace.

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