Marta Conejo irrumpe con fuerza en la fantasía juvenil con Kora Sparks y el último dragón, publicada por B de Blok, una novela middle grade que desde la primera página se mueve entre lo íntimo y lo épico, entre la ternura de una niña dispuesta a todo por salvar a su hermano y la inmensidad de un mundo que parece desmoronarse en silencio. Es un relato que no se limita a contar una aventura, sino que construye una atmósfera donde la magia extinguida, las leyendas olvidadas y los paisajes inhóspitos se convierten en materia viva.
El viaje comienza en las Barriadas, un lugar donde la escasez y la enfermedad marcan la rutina diaria, y donde la joven Kora vive con su abuela Nana y su hermano Simón. La enfermedad de este último es la chispa que enciende la aventura, el motivo que obliga a Kora a desafiar los límites conocidos y adentrarse en las Tierras Baldías con un cuaderno lleno de mapas incompletos en busca de criaturas que muchos consideran inexistentes. En ese entorno hostil, donde la magia apenas es un recuerdo, los silencios pesan tanto como las palabras, y cada paso se convierte en un recordatorio de que el miedo y la esperanza suelen caminar juntos.
Kora no aparece dibujada como la heroína invencible de tantas ficciones: es obstinada, se equivoca, duda y se sobrepone. Su vulnerabilidad se convierte en la raíz de su fuerza, y eso la vuelve reconocible, incluso en medio de dragones y territorios imposibles. El encuentro con Briar, un baldo marcado por la desconfianza, añade al relato una tensión que se mueve entre la hostilidad y la lealtad, entre el rechazo inicial y la posibilidad de una alianza improbable. No hay en esta historia personajes planos, sino figuras atravesadas por grietas que los hacen más humanos y, al mismo tiempo, más imprevisibles.
La pluma de Marta Conejo se desliza en un ritmo ágil y visual. No necesita artificios para mantener la tensión: los capítulos se suceden con rapidez, los giros aparecen en el momento justo y las descripciones ofrecen imágenes cargadas de color, como el eco de dragones que parecen extinguidos o el peso de un mapa que se empeña en callar más de lo que revela. Es una escritura accesible, pensada para el lector joven, pero con la suficiente densidad como para arrastrar también al adulto hacia su universo.
El libro juega con elementos reconocibles —el mapa misterioso, la búsqueda de lo legendario, el compañero reacio que se transforma en aliado—, pero los desplaza hacia lo íntimo, hacia lo emocional, hacia la urgencia de salvar a un hermano enfermo. Ese motor íntimo es lo que permite que la aventura se eleve por encima de sus propios códigos, porque lo que se pone en juego no es un tesoro ni un reino, sino un vínculo familiar que se resiste a quebrarse.
Kora Sparks y el último dragón es, en definitiva, una obra que se sostiene por la fuerza de sus personajes y por la realidad de un escenario que parece cerrarse sobre sí mismo, pero que abre puertas a lo inesperado. Una fantasía juvenil que busca en la emoción su mayor arma: recordar que en los márgenes de nuestras historias todavía pueden quedar dragones aguardando a ser despertados.





