Del “creer siempre a la víctima” al “creedme a mí”: la gran contradicción de Íñigo Errejón

Juicio Iñigo Errejón
Juicio Iñigo Errejón

Íñigo Errejón construyó parte de su identidad política sobre la idea de que en materia de violencia sexual había que “creer siempre a la víctima”, que “las mujeres no mienten” y que el consentimiento debía situarse en el centro de todo. Durante años, esa fue su bandera mediática, parlamentaria y doctrinal. Cuando el exdiputado de Podemos y de Sumar es el presunto agresor, no hay que creer a la víctima. Ahora pide cautela, prudencia y respeto a su versión. Ahora exige justamente aquello que él negó en el debate público: que el acusado tiene derechos y que los hechos deben probarse, no asumirse.

La contradicción entre discurso y realidad se acentúa tras la resolución conocida hoy. El juez instructor ha afirmado que el testimonio de la denunciante es coherente, persistente y sin móviles espurios, situando a Errejón a un paso del banquillo de los acusados. La apertura de juicio oral aún depende de los escritos que presenten las partes, pero el movimiento procesal marca un punto de inflexión. El político que defendió la idea de “creer siempre a la mujer” ahora necesita que la justicia sea garantista, técnica y fría —justo todo lo que despreció cuando la lupa señalaba a otros.

Una doble vara moral

Este cambio de piel no sería tan llamativo si procediera de alguien que siempre defendió la presunción de inocencia. Pero Íñigo Errejón fue uno de los principales promotores de una cultura política en la que dudar de un testimonio femenino era sinónimo de machismo y en la que la palabra de la denunciante se situaba por encima del análisis probatorio. Hoy, sin embargo, él mismo solicita análisis exhaustivo y prudencia. La incoherencia no es jurídica —los jueces decidirán—, sino ética y discursiva. Lo que antes era indignación, hoy es matiz. Lo que antes era certeza absoluta, hoy es un llamamiento a la reflexión.

Cuando el feminismo deja de ser bandera y pasa a ser amenaza

Nada impide que el cambio de opinión, pero no estamos ante una revisión honesta de principios sino ante la comodidad de quien usa las ideas como herramientas, no como convicciones. Cuando el feminismo servía para atacar adversarios y ganar visibilidad, se exhibía sin fisuras. Ahora que la lógica de ese mismo discurso podría volverse en su contra, se recalibran sus límites. Eso no lo define la justicia, sino la conveniencia.

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