El conflicto entre israelíes y palestinos es uno de los más prolongados y complejos del mundo contemporáneo. Su origen se remonta a finales del siglo XIX, en un contexto marcado por movimientos nacionalistas, el colapso de imperios y disputas territoriales no resueltas. Comprender sus raíces históricas es clave para entender la situación actual.

El surgimiento del sionismo y la Palestina otomana

A fines del siglo XIX, en Europa surgió el movimiento sionista, cuyo objetivo era establecer un «hogar nacional judío» en la región de Palestina, territorio que entonces formaba parte del Imperio Otomano y estaba habitado en su mayoría por población árabe. Este impulso coincidió con las migraciones de comunidades judías hacia esa zona, motivadas por la persecución en Europa y el deseo de reconstruir un vínculo ancestral con esa tierra.

El Mandato Británico y las promesas contrapuestas

Durante la Primera Guerra Mundial, potencias occidentales realizaron acuerdos que afectaron directamente al futuro de Palestina. El Acuerdo Sykes-Picot (1916) estableció zonas de influencia en Oriente Medio entre Francia y el Reino Unido. Un año después, la Declaración Balfour (1917) expresó el apoyo británico a la creación de un hogar nacional judío en Palestina, sin perjudicar los derechos de las comunidades no judías existentes. Tras el colapso del Imperio Otomano, la Sociedad de Naciones asignó a Reino Unido el Mandato sobre Palestina, lo que facilitó una creciente inmigración judía a la región.

La partición de la ONU y la creación del Estado de Israel

En 1947, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó la Resolución 181, que proponía dividir el territorio en dos Estados: uno judío y otro árabe, con Jerusalén bajo administración internacional. La comunidad judía aceptó el plan, mientras que la mayoría de los países árabes y los líderes palestinos lo rechazaron.

En mayo de 1948, se proclamó el Estado de Israel, lo que desencadenó una guerra con los países vecinos. Como resultado, cientos de miles de palestinos huyeron o fueron desplazados de sus hogares, un evento conocido por la población árabe como la Nakba («catástrofe»).

Conflictos posteriores y ocupación de territorios

En 1967, durante la Guerra de los Seis Días, Israel ocupó nuevos territorios: Cisjordania, la Franja de Gaza, Jerusalén Este, los Altos del Golán y la península del Sinaí (posteriormente devuelta a Egipto en 1982). Esta ocupación generó un cambio significativo en el equilibrio regional y marcó un punto clave en el desarrollo del conflicto.

Movimientos palestinos y procesos de negociación

En 1964 se fundó la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que representó los intereses políticos del pueblo palestino. En 1987 estalló la Primera Intifada, una serie de protestas y enfrentamientos que impulsaron procesos de negociación. Esto derivó en los Acuerdos de Oslo (1993), mediante los cuales Israel y la OLP se reconocieron mutuamente, y se estableció la Autoridad Nacional Palestina con cierto grado de autonomía en Gaza y Cisjordania.

Sin embargo, los avances hacia una solución definitiva se estancaron en los años siguientes. En 2007, el grupo Hamás tomó el control de la Franja de Gaza, lo que acentuó la división política interna entre facciones palestinas y complicó aún más las negociaciones con Israel.

Un conflicto aún sin resolución

Desde sus orígenes, el conflicto palestino-israelí ha estado marcado por disputas territoriales, desplazamientos de población, guerras regionales, y múltiples intentos de diálogo. A día de hoy, la situación sigue siendo motivo de preocupación internacional, con distintos actores regionales e internacionales implicados en los esfuerzos por lograr una solución pacífica.

Entender los antecedentes históricos no implica justificar ninguna acción, pero sí proporciona un marco para comprender las razones por las cuales el conflicto permanece sin resolución clara tras más de un siglo de tensiones.

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