El precio de un sueño de madera: Pinocho y la apuesta de Disney

Cuando en 1940 Walt Disney estrenó Pinocho, apenas un par de años después del éxito arrollador de Blancanieves, no imaginaba hasta qué punto aquella marioneta de madera iba a convertirse en símbolo tanto de la grandeza como de las dificultades del estudio. El proyecto, ambicioso hasta extremos insospechados, supuso un gasto desorbitado para la época: más de 2,5 millones de dólares, cifra que colocó a la película entre las producciones animadas más caras jamás concebidas. Y, paradójicamente, ese derroche de creatividad y dinero casi arrastra a la compañía a la ruina.

El contexto histórico jugó en su contra. Europa estaba en plena Segunda Guerra Mundial y muchos mercados internacionales, fundamentales para Disney, quedaron cerrados de golpe. Así, lo que en condiciones normales habría sido un éxito de taquilla se convirtió en un sonoro fracaso inicial: Pinocho apenas recaudó lo suficiente para cubrir una fracción del presupuesto. La decepción se unió a la de Fantasía, estrenada poco después, que también pinchó en recaudación. Durante un tiempo, la viabilidad del estudio pendió de un hilo.

Pero no todo fue desastre. Aunque en su estreno la película dejó números rojos, con el paso de los años las sucesivas reposiciones en cines, las ediciones domésticas y, más tarde, la explotación televisiva y digital, transformaron a Pinocho en una de las joyas más rentables del catálogo Disney. Y, sobre todo, consolidaron un legado artístico inmenso: personajes memorables, escenarios de una belleza pictórica inigualable y una canción, When You Wish Upon a Star, que no solo ganó el Óscar, sino que acabó convertida en el himno de la propia compañía.

La marioneta que soñaba con ser un niño real demostró así que los fracasos a corto plazo pueden transformarse en triunfos a largo plazo. Pinocho puso a prueba la resistencia financiera del estudio, pero también cimentó la reputación de Disney como laboratorio de innovación artística y técnica. Fue, en definitiva, una apuesta arriesgada que terminó por marcar la identidad de la casa del ratón.

Más de ochenta años después, la historia se repitió con matices. En 2022 Disney estrenó una nueva versión de Pinocho, esta vez en imagen real con abundante uso de efectos digitales. El presupuesto se disparó a unos 150 millones de dólares, una cifra colosal que da idea de la importancia estratégica que la compañía concedía a la película. Sin embargo, a diferencia de la cinta original, no llegó a las salas de cine: se lanzó directamente en la plataforma Disney+.

Ese movimiento respondía a una lógica distinta: ya no se trataba tanto de recaudar en taquilla como de fortalecer el catálogo de la plataforma y atraer nuevos suscriptores. Desde esa perspectiva, la película cumplió un papel valioso, aunque la recepción crítica fuera tibia y muchos espectadores la compararan desfavorablemente con el clásico animado. Entre sus virtudes, aportó nuevas interpretaciones de personajes, mostró avances tecnológicos en CGI y mantuvo viva la tradición de revisitar historias que forman parte de la memoria colectiva.

Así, el viaje de Pinocho dentro de Disney ilustra la doble cara de la industria cinematográfica: la fragilidad económica y la permanencia del arte. Lo que en 1940 fue un golpe casi mortal acabó siendo, con el tiempo, una fuente de ingresos y prestigio incalculables. Y lo que en 2022 pudo parecer una apuesta arriesgada, en realidad funcionó como parte de una estrategia mayor: consolidar la hegemonía de Disney en la era del streaming.

En ambas versiones, la moraleja trasciende la propia pantalla. Pinocho enseña que los sueños cuestan caro, que a veces el éxito no llega en el primer intento, y que el verdadero valor de una obra no se mide solo en cifras inmediatas, sino en su capacidad para perdurar, emocionar y seguir inspirando a generaciones enteras.

comparte la noticia
X
Facebook
Threads

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *