Cada Doce de Octubre es tradición anual fajarme en Tuiter (@HernnCortes) con las docenas de negrolegendarios que llegan a mi cuenta para insultar a los Reyes Católicos, a Cristóbal Colón, a Hernán Cortés y, en general, a denostar la increíble Gesta que protagonizaron nuestros antepasados con los medios más avanzados de su época y los suyos muchos redaños de los que hoy lamentablemente carecemos. La discusión empieza con una mía cariñosa llamada de atención por el uso incorrecto que hacen de la palabra “Descubrimiento”, reconociéndoles que el Almirante se topó con lo desconocido en medio de una guerra comercial con Portugal y acabo demostrándoles que nunca se cometió Genocidio alguno y ni siquiera hubo intención. La tristeza anual es comprobar que los mismos argumentos son empleados por los criollos de la otra orilla y por los indocumentados españoles de ésta, víctimas indefensas de las penosas Leyes de Educación desde hace cincuenta años.
Y siempre pienso lo mismo; ninguna conquista anterior o posterior a la nuestra es cuestionada. Cualquiera de ellas obra de un general de la Antigüedad; Sargon, Hammurabi, Nabucodonosor, Zóser, Tutmosis, Psametico, Darío, Alejandro, Julio César, Adriano, Atila -incluso la moderna de Bonaparte- es interesante y digna de estudio; impuso su propia cultura y significó el progreso técnico y cultural para el conquistado. Sin embargo, la Conquista española no hizo nada de eso ¿se cometieron errores? Claro que sí, pero fueron muchos más los aciertos.
Si el Imperio Español no paró de crecer durante sus tres primeros siglos y, aún mermado, aguantó otro más, es porque éramos muy organizados. Y muy buenos. Tan buenos en todo lo que hacíamos que todos nuestros enemigos nos lo querían arrebatar. Les llevó trescientos años conseguirlo, empleando en ello más propaganda que balas de cañón. Y si lo lograron fue porque estábamos aquí muy ocupados tratando de echar de nuestra casa al corso del párrafo anterior, mientras tratábamos a la vez de echar el cierre al Antiguo Régimen (una revolución en medio de una guerra). Recuerden también que los Virreinatos nunca nos enviaron refuerzos a la península; ya tenían el proyecto en marcha de quedarse con ello para sí y, para lograrlo, a los terratenientes les hacían falta los ejércitos americanos. En realidad, las presuntas independencias fueron muchas guerras civiles distintas.
Esos tres primeros siglos dieron para mucho y sus efectos fueron beneficiosos a escala planetaria, aunque nadie nos haya dado nunca las gracias; se realizó la primera circunnavegación (comprobando empíricamente el tamaño de la Tierra), se estableció un intercambio colombino agrícola bidireccional que nos llevó a la primera globalización conocida y se incorporaron esas tierras y sus pobladores directamente del (casi) Neolítico al Renacimiento, permitiendo que se saltaran muchas etapas ya quemadas (metafórica y literalmente) en Europa.
Hasta aquí sería la habitual discusión, un refrito de la de todos los años. Pero es que en este aniversario se me ha incrementado varios grados la tristeza al comprobar la aparición de una nueva especie desconocida hasta ahora; el español que odia al hispanoamericano que viene a España a trabajar (a quitarle el trabajo, dice). Vaya por delante que la única inmigración posible en la que creo es la requerida, legal y con contrato en origen, pero permítanme que les diga que siempre preferiré a los que nos llegan educados, formados, hablando nuestra lengua, rezando a nuestro Dios y con ganas de trabajar y que también me sobran y prefiero devolver a su país a los que traen violencia a nuestras calles. Creo también que hay mucho desconocimiento mutuo y que están poco viajados. Unos y otros descubrirían que replicamos allí lo que sabíamos hacer aquí, que todo es igual.
El verdadero problema y que nadie quiere afrontar en serio es que ya no hacemos niños -no interesa, no es posible- porque no se crean las condiciones desde las instituciones. Es todo muy complicado, me hago cargo, y ya no hay soluciones a corto plazo.
