Una de las víctimas inocentes de la Guerra Civil fue el escritor Federico García Lorca. Otra fue el dramaturgo Pedro Muñoz Seca. Al primero el actual Gobierno de España lo recuerda con honores, mientras que al segundo lo deja en el olvido. ¿El motivo?
A Pedro Muñoz Seca lo asesinaron el 28 de noviembre de 1936 milicianos del PCE, PSOE, UGT y CNT por orden de la Junta de Defensa de Madrid, en Paracuellos del Jarama, junto a decenas de personas más. ¿Su crimen? Pensar de forma distinta que sus verdugos.
Un gigante del teatro español silenciado por la historia oficial
En vida, Muñoz Seca fue tan célebre como García Lorca. Su ingenio cómico, su sátira y su dominio del verso le hicieron llenar teatros en toda España. Su obra La venganza de Don Mendo continúa siendo hoy la cuarta obra más representada en la historia de la escena española, después de Don Juan Tenorio, Fuenteovejuna y La vida es sueño.
El catedrático Andrés Amorós definió su figura así:
“Muñoz Seca fue un gran patriota español, monárquico convencido. Durante la República estrenó obras contrarias a esa ideología: «La Oca», «Anacleto se divorcia»… No se lo perdonaron muchos intelectuales de izquierdas y acabó pagándolo con la vida.”
Y hasta su crítico más feroz, Valle-Inclán, lo reconoció:
“Quítenle al teatro de Muñoz Seca el humor, desnúdenle de caricatura, arrebátenle su ingenio satírico y facilidad para la parodia: seguirán ante un monumental autor de teatro”.
Detención, cautiverio y fusilamiento en Paracuellos
El 30 de julio de 1936 fue detenido en Barcelona mientras preparaba el estreno de La tonta del rizo. El diario republicano La Libertad reseñó que había sido apresado “en mangas de camisa”. Tras su detención, fue trasladado a Madrid pasando por Valencia. El detalle más cruel: pagó él mismo los billetes de tren, el hotel y las comidas de los milicianos que lo escoltaban, como reveló su nieto Alfonso Ussía Muñoz-Seca.
En la capital fue recluido en la cárcel de San Antón, en el antiguo Colegio de los Escolapios de la calle Fuencarral. Su familia intentó que Rafael Alberti, paisano suyo y presidente del “Comité de Intelectuales Antifascistas”, intercediera. Se negó.
El 27 de noviembre se celebró un juicio farsa que lo condenó a muerte por “fascista, monárquico y enemigo de la República”. Un miliciano llegó a arrancarle los bigotes durante el proceso.
Horas después escribió a su esposa:
“Voy resignado y contento. Dios sobre todo. Mi último pensamiento será siempre para ti.”
Camino del fusilamiento pronunció su célebre despedida:
“Aquí va el último actor de la escena; hasta al morir, con la sonrisa en los labios. Este es el último epílogo de mi vida.”
Reconocido bajo Franco, borrado en democracia
Durante la dictadura de Franco, Muñoz Seca sí fue reconocido públicamente: sus obras se representaban, se reeditaron y su nombre permaneció en la vida cultural española.
El olvido llegó con la democracia, y especialmente a partir de los gobiernos del PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero y del actual de Pedro Sánchez, cuya política de memoria histórica ha optado por recordar exclusivamente a las víctimas de un bando. Esa memoria selectiva explica por qué Lorca ocupa un lugar central en los homenajes institucionales mientras que Muñoz Seca —tan víctima de la guerra como él— permanece fuera del relato oficial.





