Entre el rugido de los motores y el olor a queroseno, Marta Trinchet trabaja donde el cielo empieza a alzarse: la tierra. Como mecánica de aviones destinada en la Sección de Lanzamiento y Recuperación (SLR), su trabajo consiste en prevolar, lanzar y recuperar las aeronaves. Su función, tan técnica como vital, garantiza que cada avión pueda despegar con seguridad y regresar con precisión.
“Trabajar entre motores y olor a combustible es un privilegio del que me siento muy agradecida y nunca deja de emocionarme”, dice con serenidad. “Todos formamos parte de esas alas. En mantenimiento les damos forma, y los pilotos las llevan al cielo.”
Antes de que el motor despierte
Su jornada comienza cuando el silencio aún reina en el hangar. La rutina exige paciencia, revisión y concentración. “Me gusta empezar el día tranquila en cuanto a nervios y con energía en cuanto a actitud. En este trabajo no hay margen para despistes”, explica. Antes del primer rugido, Marta revisa el material, comprueba herramientas y repasa las listas de control previas al vuelo. “Cada avión listo es un piloto seguro y una misión cumplida.”
Ese momento previo, donde la calma se mezcla con la responsabilidad, define la esencia de su labor. Nada se deja al azar: cada paso está planificado y verificado.
El silencio del vuelo
Aunque los cazas no se caractericen por el silencio, Marta encuentra en ellos una calma poética.
“El Eurofighter no es precisamente silencioso —se ríe—, pero lo comparo con la calma que me hace sentir el mar cuando todo está bien.”
En esa mezcla de ruido y serenidad habita su oficio: la precisión entre el estruendo.

Su relación con las aeronaves podría parecer intuitiva a ojos ajenos, pero en realidad es fruto de la experiencia y la observación. “No diría que el avión te habla —aclara—, pero con los años aprendes a conocerlo. Hay sonidos o sensaciones que te indican que algo no va del todo bien, aunque nunca sustituyen a los instrumentos ni a los procedimientos. La experiencia te hace reaccionar más rápido, pero siempre dentro de la técnica.”
Preparar el cielo desde la tierra
Cuando llega un ejercicio como Ocean Sky, el ritmo se multiplica. Más vuelos, más revisiones y, sobre todo, más responsabilidad.
“Son días de más horas, más presión y más adrenalina, pero es parte de lo que hace que este trabajo sea tan emocionante.”
Durante las maniobras, el tiempo se mide en segundos y cada decisión puede marcar la diferencia. Aun así, Marta asegura que no hay lugar para la improvisación. “No hay espacio para sorpresas. Todo está planificado al detalle, y la seguridad nace de la preparación y la disciplina que aplicamos incluso en los momentos más intensos.”
La coordinación del equipo es clave. “Lo que me tranquiliza es la preparación y la experiencia del escuadrón. Cada persona sabe exactamente qué hacer y confía en los demás. Esa comunicación constante es lo que nos permite trabajar con precisión.”
Marta define a su equipo como parte del engranaje que permite que todo ocurra. “Los pilotos hacen que el cielo se mueva marcando el ritmo de la coreografía, pero detrás hay un equipo que marca el compás desde la tierra. Yo estoy ahí, entre el ruido y la precisión, asegurándome de que cada paso salga perfecto. Sin nosotros, el baile no podría empezar.”
Una vocación que nació de la curiosidad
Marta no proviene de una familia de aviadores. “En mi familia soy la primera aviadora —dice con orgullo—. Mi ilusión, mi motivación y mis méritos los comparten conmigo también por primera vez.” Desde niña le fascinaban los aviones, y con el tiempo descubrió que la mecánica aeronáutica le ofrecía un reto constante.
Haciendo memoria, recuerda la primera vez que tocó un avión:
“Sentí respeto y curiosidad a partes iguales. Me sentí muy pequeña ante algo tan grande lleno de detalles y responsabilidad. Con los años cambia la experiencia, pero esa sensación de respeto sigue siendo la misma.”
Habla con esa seguridad de alguien que ha visto madurar su pasión sin perder la admiración del primer día.
El valor invisible del oficio
Aunque la tecnología haya transformado los procedimientos, Marta defiende que la esencia del oficio permanece en las manos. “La tecnología ayuda, pero al final sigue siendo cuestión de oído, tacto y experiencia. Los detalles más pequeños todavía los detectamos con los sentidos.”
A los niños y niñas que sueñan con trabajar entre motores, les aconseja algo que no aparece en ningún manual:
“Un avión no es solo metal y motores, sino que tiene vida cuando trabajas con él y aprendes a cuidarlo. Aprenderás la técnica, pero también a sentir respeto, orgullo y pasión cada vez que lo veas despegar.”
El trabajo que da confianza al cielo
En cada revisión, Marta deposita el mismo rigor y compromiso. “Puede que nuestro trabajo no sea visible, pero es lo que permite que todo salga bien”, afirma.
Su lugar está en tierra, pero su esfuerzo despega con cada avión.





