Quizás les va a escocer un poco leerlo, pero creo que es el momento de reconocer que, desde la entrada de la península Ibérica en la Historia Mundial durante la Segunda Guerra Púnica, una parte de sus descontentos pobladores prefirió pasarse a las filas de los invasores -pensando en ganar alguna ventaja social, económica o política a costa de sus otros vecinos- antes que hacer piña todos juntos frente a la agresión externa. La facción ganadora de entonces determinó el destino de estos colaboradores necesarios y también el devenir nuestro como país.
Si los cartagineses se fijaron en nuestra península fue sólo porque antes habían perdido Sicilia, Córcega y Cerdeña y Roma además les exigía una fuerte indemnización de guerra. En 237 aC, los Bárcidas desembarcaron en Cádiz y de inmediato alteraron el equilibrio de poder entre los íberos, contratándolos como mercenarios. Al atacar Sagunto (relacionada con la griega Marsella y aliada de Roma) provocaron la llegada de los Escipiones en 218 aC que recibieron el apoyo de los Edetanos, Sedetanos e Ilergetes al cambiar de bando. Desde ese momento se impuso el pragmatismo coyuntural y el interés tribal particular y egoísta por encima de los objetivos generales y siempre en detrimento de otro vecino patrio. Sertorio, Metelo Pío, Pompeyo y César, por citar varios ejemplos, aprovecharon bien estas volátiles lealtades, cambiándoles la zanahoria por el palo según les convino en cada situación y contexto; ofreciendo exenciones fiscales, creando clientelas y otorgando recompensas o arrasando y esclavizando, explotando las rivalidades tradicionales o directamente comprando a asesinos, seleccionando quién merecía ser más rápidamente romanizado.
En 415, con el inminente colapso del Imperio Romano de Occidente en ciernes, las élites hispanorromanas (grandes terratenientes, obispos, funcionarios) aceptaron el dominio de los recién llegados visigodos. De nuevo, por puro pragmatismo, para preservar el orden y -sobre todo- sus propiedades. Que estas tribus del norte de Europa estuvieran a su vez muy romanizadas, no en vano eran Foederati, pesó bastante para que los autóctonos les ofrecieran la hospitalitas.
Tres siglos de (in)estabilidad visigoda debida a las luchas intestinas entre las distintas familias para alcanzar el poder en un esquema de monarquía electiva que trataba de derivar (con gran contestación interna) a monarquía hereditaria, y la ineficiente organización de su ejército, basado en lealtades personales y mal dispuesto territorialmente, favorecieron la rápida conquista de Al Tariq y luego de Musa. Otra vez, parte de las élites aceptaron la nueva situación (y amos) para no perder la vida y el negocio.
Este mal asunto nos iba a llevar casi ocho siglos solucionarlo, mientras crecían, se definían y se iban concentrando los reinos cristianos hasta llegar a manos de nuestros mejores reyes, Ysabel y Fernando. Coincidió ello en el mismo año que hallamos nuevas tierras allende el océano mientras competíamos con Portugal por arrebatarles el monopolio de las especias, bloqueado el camino habitual desde 1453 debido a la caída del Imperio Romano de Oriente y a la Toma de Constantinopla por los musulmanes. En Las Indias, nosotros también usamos la misma técnica de divide y vencerás para conquistar, pero eso casi mejor se lo cuento otro día.
El Imperio Español, gobernado por dos dinastías, nos duró íntegro tres largos siglos (uno más, pero ya bastante disminuido) y supimos defenderlo de todos nuestros enemigos y envidiosos vecinos hasta la llegada de nuestro némesis hijo de la Revolución Francesa, Napoleón Bonaparte. Ponernos de su lado nos costó ser ayudados por los británicos (sólo vinieron a cerciorarse de que nos destruíamos mutualmente), que aprovecharon para producir la chispa de la emancipación en nuestros Virreinatos. De nuevo, buena parte de nuestra élite social y cultural se pasó al enemigo; rey, reina, heredero y valido.
Hoy, nuestra élite, en nombre de la globalización, de la agenda 2030 y de ese mero zoco llamado Unión Europea vuelve a vendernos a multinacionales e intereses foráneos. Como no hay combates ni sangre, no lo vemos. Pero estamos perdiendo otra vez.





