El ministro de exteriores Albares no ha tenido mejor idea que darle gusto a una infantil, absurda y anacrónica idea, nacida en la presidencia mexicana de López Obrador (de orígenes cántabros) y continuada en la de Sheinbaum (de orígenes lituanos y búlgaros), por la que España debe pedir perdón a México por los hechos acaecidos hace cinco siglos durante la Conquista. Infantil porque ningún país lo ha hecho nunca antes en la Historia (otras potencias europeas se han disculpado por sus genocidios en África, reales, pero como ya expliqué aquí otro día, nosotros nunca cometimos uno). Absurda porque si Hernán Cortés consiguió tomar Tenochtitlan es porque el 95% de su ejército lo formaban pueblos (hoy mexicanos) hartos de la sangrienta tiranía mexica (también mexicanos). Y anacrónica porque no parece que hayan madurado dos siglos después de su emancipación.
Nuestro canciller lleva cuatro años, como correveidile de Sánchez, erosionando casi a diario nuestra imagen exterior. Nos ha indispuesto con países amigos de nuestro entorno escogiendo siempre el lado equivocado, tolerado injerencias del vecino del sur al otro lado del Estrecho cada vez más preocupantes, errado con el tratamiento a Reino Unido por Gibraltar, hecho de recadero de absurdas peticiones de nuestras regiones periféricas a Estrasburgo y manteniendo a autócratas hispanoamericanos que no admitieron los resultados de unas elecciones y se enrocaron en el poder. Todo mal, no da una, pero todo le sirve como cortina de humo a este gobierno débil, asediado por los múltiples casos de corrupción y asistido por aliados que no tendrán oportunidad igual nunca en la vida.
La primera masacre intergrupal está documentada en Nataruk (Kenia) y se produjo hace diez mil años, hacia el inicio del Mesolítico. Desde entonces, el Hombre ha hecho la guerra para obtener un mejor emplazamiento; acceso al agua u otro recurso natural. En todas las conquistas, el pueblo más avanzado tecnológicamente venció al más retrasado y le impuso sus leyes, su lengua, su religión. Pues de todas las conquistas que se han dado en la Historia, miles, sólo la nuestra es la cuestionada. Los vecinos de esta península ibérica tenemos sobrados motivos para reclamar por sus invasiones a foceos, fenicios, púnicos, romanos, suevos, vándalos, alanos, godos, beréberes, sirios, almorávides, vikingos, almohades, ingleses y franceses, pero ni reclamamos nada ni estamos llorando todo el día.
En 1836 se firmó el Tratado Definitivo de Paz y Amistad entre México y España en el que se reconocía su Independencia, se ponía fin a la guerra, “(…) habrá total olvido de lo pasado, y una amnistía general y completa para todos los mexicanos y españoles, cualquiera que sea el partido que hubiesen seguido durante las guerras (…)” (las masacres del cura Hidalgo contra los españoles en 1810 tuvieron el mismo espeluznante nivel que luego en 1813 en Venezuela) y se renunciaba a cualquier tipo de indemnización económica (los británicos ya se habían llevado todo el oro y aun así los entramparon en préstamos que tardaron más de un siglo en devolver). Ninguna mención se hizo acerca de la Conquista, claro, ¿cómo iba a incluirse tal si los que se apropiaban del Virreinato eran los criollos descendientes, encantados con lo que habían conseguido sus antecesores?
He sido siempre muy respetuoso con México, lo amo, y jamás he comentado su situación interna por respeto, pero creo que esto se acabó. Usarnos dos siglos más tarde como coartada para tapar su propia incapacidad e incompetencia en el desarrollo del país, mientras sufren sin poner remedio una sangría anual de veinticinco mil muertes relacionadas con el narco desde 2006 (incluidos rivales políticos, como hace unos días), es demasiado. No hay nada por lo que pedir perdón.
JJDeLama (@HernnCortes en X)





