Muerte de Isabel la Católica: cómo fueron sus últimos días y qué dice su testamento

Doña Isabel la Católica dictando su testamento
Doña Isabel la Católica dictando su testamento

La muerte de Isabel la Católica no fue solo el final de una vida. Fue también el cierre de una etapa decisiva en la historia de España. El 26 de noviembre de 1504, en una casa-palacio de Medina del Campo, la reina que había impulsado la unidad dinástica, culminado la conquista de Granada y abierto el camino hacia América afrontaba sus últimas horas con plena lucidez y con un objetivo claro: dejar por escrito cómo debía continuar su proyecto político cuando ella ya no estuviera.

Este artículo repasa cómo fueron los últimos días de Isabel la Católica y qué dice su testamento, un documento clave para entender el nacimiento de la monarquía hispánica y el futuro de los reinos que gobernó.

Cómo fueron los últimos días de Isabel la Católica en Medina del Campo

En sus últimos años, Isabel I de Castilla arrastraba una enfermedad larga y agotadora. Las fuentes hablan de hidropesía, un cuadro de retención de líquidos que inflamaba las piernas y el abdomen, acompañado de fiebres y úlceras en las extremidades. La reina, ya en la cincuentena, veía reducida su capacidad de movimiento y su presencia en la corte se volvía más estática.

A este desgaste físico se sumaban golpes emocionales muy duros. En pocos años perdió a su hijo heredero Juan, a su hija Isabel de Portugal y al nieto llamado a unir las coronas de Castilla y Portugal, Miguel de la Paz. A ello se añadió la inestabilidad mental de su hija Juana y las tensiones con su yerno Felipe. La imagen de la reina vestida de luto continuo, más delgada y más ensimismada, se repite en las crónicas.

Instalada en Medina del Campo, uno de los grandes centros comerciales de Castilla, la reina se recluyó en una casa-palacio cercana a la plaza mayor. No murió en el castillo de la Mota, como muchas veces se ha repetido, sino en esta residencia palaciega donde la corte se había establecido. Allí, rodeada de confesores, médicos y consejeros, comenzó a preparar con detalle su despedida.

El 12 de octubre de 1504 dictó su testamento, un texto largo y meditado, ante el notario y secretario Gaspar de Gricio y varios testigos de alto rango. En él no solo repartía bienes: fijaba el futuro de los reinos, la sucesión, el papel de Fernando y el estatuto de los nuevos territorios de ultramar. Durante las semanas siguientes, la enfermedad se agravó, pero Isabel mantuvo la cabeza clara.

Cuando entendió que la recuperación era imposible, ordenó un gesto revelador: las misas por su salud debían pasar a ser misas por su alma. Recibió los sacramentos con solemnidad, se confesó, pidió la extremaunción y comulgó. Era consciente de que la muerte de Isabel la Católica estaba cerca, pero también de que dejaba tras de sí una estructura política que debía resistir las tempestades que se avecinaban.

El 23 de noviembre, apenas tres días antes del final, todavía tuvo fuerzas para añadir un codicilo a su testamento. Ese documento complementario matizaba y reforzaba algunas cláusulas, especialmente las relacionadas con el gobierno en ausencia de Juana y el trato a los indígenas de las Indias. Hasta el último momento, la reina siguió gobernando con la pluma.

Finalmente, la muerte de Isabel la Católica llegó en la mañana del 26 de noviembre de 1504, poco antes del mediodía. Tenía 53 años. Su cuerpo, amortajado con hábito franciscano, iniciaría poco después el viaje hacia Granada.

La muerte de Isabel la Católica y su entierro en Granada

El cortejo fúnebre que acompañó el cuerpo de Isabel desde Medina del Campo hasta Granada fue algo más que una procesión: fue una especie de resumen silencioso de su reinado. La reina que había cabalgado por sus reinos para sofocar rebeliones, negociar con ciudades y dirigir campañas militares emprendía ahora su último viaje hacia la ciudad que simbolizaba la culminación de su proyecto político: la antigua capital nazarí.

En su testamento, Isabel había dejado instrucciones muy precisas sobre su sepultura:

  • Quería ser enterrada en Granada, en el monasterio de San Francisco de la Alhambra.
  • Deseaba una tumba sencilla y baja, a ras de suelo, sin excesos de lujo.
  • Pedía ser amortajada con hábito franciscano, como gesto de humildad y devoción.
  • Y añadía una cláusula decisiva: si su esposo Fernando el Católico elegía ser enterrado en otro lugar, su cuerpo debía trasladarse para reposar siempre junto a él.

En un primer momento, sus restos descansaron efectivamente en el convento franciscano granadino de San Francisco de la Alhambra. Años después, cumplida la voluntad expresada en sus testamentos y concluida la Capilla Real de Granada, mandada edificar por los propios Reyes Católicos, su nieto el emperador Carlos V ordenó trasladar allí los cuerpos de Isabel y Fernando al majestuoso sepulcro de mármol que hoy visitan miles de personas cada año. La voluntad de mantenerlos unidos, en vida y en muerte, quedó así plenamente cumplida.

Qué dice el testamento de Isabel la Católica: clave para entender su legado

El testamento de Isabel la Católica es un documento fundamental para comprender el final de la Edad Media y el nacimiento de la monarquía hispánica. No es un texto rutinario: está cuidadosamente construido y refleja las preocupaciones políticas, espirituales y familiares de la reina.

Juana heredera y Fernando, garante del sistema

En primer lugar, Isabel declara a su hija Juana como heredera universal de sus reinos de Castilla y León, así como de los territorios asociados. Ordena que, tras su muerte, todos los estamentos del reino —obispos, nobles, ciudades y oficiales— la reconozcan de inmediato como reina legítima y le juren fidelidad. De este modo, intenta blindar la sucesión frente a cualquier intento de cuestionarla.

Pero Isabel sabe que la situación no es sencilla. Las noticias sobre la salud mental de Juana y las tensiones con Felipe el Hermoso planean sobre la corte. Por eso, el testamento prevé lo que puede ocurrir si Juana está ausente o no puede gobernar: en ese caso, su esposo Fernando el Católico asumirá el cargo de “gobernador y administrador” de los reinos en nombre de su hija, hasta que el infante Carlos, el futuro Carlos I, tenga edad suficiente para reinar.

Así, la reina diseña un sistema que combina legitimidad dinástica (Juana como reina titular) con estabilidad política (Fernando como regente experimentado). La muerte de Isabel la Católica no debía convertirse en un vacío de poder.

Unidad de los reinos y carácter real de las Indias

El testamento también insiste en la unidad de los territorios. Isabel ordena que Granada, las islas Canarias y las Indias, descubiertas y por descubrir, queden incorporadas para siempre a la Corona de Castilla, sin que puedan venderse, cederse o desgajarse del patrimonio real. Esta cláusula se ha entendido como una de las bases jurídicas del futuro entramado imperial.

Al mismo tiempo, concede a Fernando ciertas rentas sobre estos territorios solo mientras viva, dejando claro que, a su muerte, todo deberá regresar íntegro a la Corona. La idea es nítida: las Indias no son patrimonio privado de un monarca ni de una familia, sino parte inseparable de la monarquía castellana.

El trato a los indígenas: evangelización y justicia

Otro aspecto clave del testamento de Isabel la Católica y de su codicilo es el relativo a los indígenas de las Indias. La reina recuerda que la concesión pontificia de los nuevos territorios tuvo como objetivo principal la evangelización y ordena a sus sucesores que cuiden ese aspecto.

Les manda:

  • Enviar clérigos bien formados para enseñar la fe cristiana.
  • Instruir a los indígenas en “buenas costumbres”.
  • Y, sobre todo, no consentir que se les cause daño en sus personas o en sus bienes, corrigiendo los abusos que se hubieran cometido.

Estas indicaciones, aunque no impidieron los excesos que luego se producirían, servirían de base teórica para muchos debates jurídicos sobre el derecho de gentes, las leyes de Indias y la condición de los indígenas como vasallos libres de la Corona.

Más allá de la política: espiritualidad y memoria en el testamento

El testamento de Isabel no solo habla de reinos y coronas. También muestra su dimensión espiritual y familiar. Ordena mandas a monasterios, hospitales y obras de caridad; se preocupa por que se cumplan los deseos funerarios de su padre Juan II y por garantizar medios de subsistencia a quienes cuidaron de su madre, la reina Isabel de Portugal, enferma durante años.

Incluso en detalles aparentemente pequeños —la sobriedad de su enterramiento, la elección del hábito franciscano, la insistencia en reposar junto a Fernando— se percibe a una mujer que, al borde de la muerte, desea que su memoria y la de su esposo queden vinculadas para siempre al proyecto de unidad y fe que marcaron su reinado.

La muerte de Isabel la Católica como acto de gobierno

La muerte de Isabel la Católica en Medina del Campo no fue un simple episodio biográfico. Sus últimos días, marcados por la enfermedad pero también por la lucidez, y el contenido de su testamento y su codicilo muestran a una reina que gobernó hasta el último suspiro.

Al cerrar los ojos en 1504, Isabel dejaba una Castilla muy distinta de la que encontró: más unida, más centralizada y proyectada hacia un Atlántico que iba a cambiar la historia del mundo. Y dejaba, sobre todo, un conjunto de páginas donde ordenaba con precisión ese legado. Entender cómo fueron los últimos días de Isabel la Católica y qué dice su testamento es, en definitiva, asomarse al momento exacto en que termina una vida y comienza un mito.

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